Para los que hayáis leído las desventuras de Biking Hell durante el mes de febrero, que sepáis que estamos de enhorabuena porque….¡febrero ya ha terminado! Llegado marzo, el clima sigue siendo hostil, pero siempre ha sido una habilidad nuestra el sacar días de ruta de las mandíbulas de la tormenta. Y como no, después de cambiar innumerables piezas de la bici del Renuente y rechazar una ruta de e-bikes sugerida por Starman, el dúo maravilla se dispuso a revisitar un antiguo camino en la zona de la playa de Oriñón. Aquella vez, aunque breve, resultó todo muy disfrutón.
En este caso, aparcamos en las cercanías de la ría de Oriñón para disponernos a subir una pendiente de 250 metros que se mostró dura, pero ciclable. Atravesamos unos barrios muy curiosos.
Valles endorreicos
Una vez llegado al alto, comenzamos a descender hacia una serie de valles que hay entre Liendo y Guriezo. Unas pequeñas cuencas endorreicas, encerradas sobre si mismas, como buen cántabro. Incluso llegamos a encontrar uno que estaba encerrado sobre si mismo dentro de otro valle.
La verdad es que el caso de Cantabria es muy particular. A parte de los valles conocidos por todos, una serie de cuencas pequeñas, ocultas y olvidadas por el ser humano transcurren por su orografía como los bajorrelieves de un cerebro humano. Fuera de la vista del ojo del turista, son un placer de navegar, porque da la sensación a veces que no hay nadie cerca y que estás verdaderamente aislado, cuando apenas a 20 km hay un centro urbano.
Tras eso, quedaba aproximarse a Liendo por debajo de la autopista. Muy hábilmente, el Renuente decidió tomar la opción menos común, lo que nos mostró otro rincón perdido de Cantabria.
Atravesamos la cuenca también endorreica del riachuelo del pueblo y cuando ya nos disponíamos a salir a la carretera general, vimos un cartel hecho a mano que señalaba un camino hacia algo que no quedaba claro y lo seguimos. Cuál fue nuestra sorpresa cuando nos encontramos con el momento en el que el arroyo se sume en la montaña.
No sólo eso, sino que nos encontramos con una pared vertical preparada adhoc como rocódromo y dos escaladores que estaban entrenando como si fuera su roca particular. Volvimos a la carretera y nos dirigimos a toda velocidad a Sonabia para tomarnos un descanso, decidir donde comer y ver la ballena desde lejos
Y poco más queda que contar. Después de comer subimos el curso del rio Agüera hasta llegar al coche, pasando por una zona que a pesar de la presencia de la autopista, evoca calma y tranquilidad. Un placer como siempre explorar el lado oculto de esta Comunidad Autónoma, abandonada por su Administración, a pesar de la cantidad de belleza que oculta entre sus tierras.