Esta ruta merece una creación de post de la misma. Cada vez es más complicado sacar a Don Javier de su hibernación invernal, por lo que cuando surgió la oportunidad de visitar el Valle De Mena por segunda vez, Biking Hell no lo dudó ni un instante. Esta vez, recorreríamos la parte este, más escarpada e ignota y con muchas sorpresas esperándonos (como pudimos comprobar posteriormente).
Javier, volando hacia el horizonte
Cuto en el Valle de Mena
Un frío castellano de ese recio y seco con el justo toque de humedad nos inundaba nada más salir del coche en la gasolinera de Mena. Tras unos preparativos básicos, nos pusimos a rodar camino a Anzo, un barrio encalomado en la ladera de los montes de la zona. Hasta allí perfecto.
Pronta parada para seguir diseñando la ruta en directo y nos deslizamos en una agradable bajada hasta Covides. En una zona de senderos cuando nos aproximábamos a Medianas de Mena (imaginativos en el valle) nos comenzó a llover un xirimiri de esos cabrones que te calan sin darte cuenta, por lo que nos refugiamos como pudimos en un alero para decidir: seguir hasta el final o rajarnos hacia el coche, que quedaba cerca. Al final con sabiduría y capacidad de predicción, «Montesdeoca» Uribe dedujo que sería la tónica del día, pequeñas cortinas de lluvia que no irían a más.
Momento paisajil
En un ataque de improvisación y ante el temor de perder cota si seguíamos la ruta hacia el barrio, decidimos atravesar los montes, literalmente campo a traviesa. En el camino, rutas alucinantes de hierba inundadas por agua, alambradas de todo tipo que impedían el paso, por una zona que parecía que había sido olvidada por el hombre. Justo antes de llegar al siguiente final de tramo, nos cayó otro chaparróncillo, y por fin pues, llegamos a Viérgol.
Afortunadamente, ese fue el caso. Poco después, empezó uno de los repechos más serios de la ruta. 200 metros hasta el alto de Ro. En el camino, trabada máxima de Javi, tras acordarse que se había olvidado las cámaras en el coche. Downerismo clásico que recuerda la época en la que usaba bici analógica. Y con razón, una avería había obligado a volver a su ciclópedo antiguo, con la consiguiente confusión.
Después de juramentos varios, y, reparando la cámara a la antigua usanza (con parches), casi sin herramientas, seguimos cuesta arriba. Llegamos al punto de desvío, en el barrio (abandonado) de Ventades. El Google earth denominaba la zona como un Campo de Golf, pero lo que nos encontramos fue una zona a construir semiremota y el barrio, al fondo.
Los restos de lo que parecía ser algo a medio construir. Al fondo, Viérgol
Seguimos bajando por una cresta en dirección a Opio, uno de los punto más recónditos (si cabe) de la zona. Como es habitual en nosotros, nos marcamos un «from out of nowhere«. Un clásico por el cual aparecemos del sitio más insospechado de los posibles. Había un mastín que estaba tan atónito de ver a gente aparecer por ahí, que no supo ni ladrarnos o perseguirnos, y eso que estaba suelto.
Opio, villa abandonada hasta el punto de no tener ni carreteras de acceso.
El río inesperado
Ya nos las prometíamos felices, cuando nos disponíamos a descender la última cuesta. Un camino desgastado por la erosión del agua, con muchas piedras pero bastante navegable (irónico usar esta palabra) nos indicaba que la posterior subida de 100 metros final era el último obstáculo antes del final de la ruta.
Pero no contábamos con el río desbordado
Cruzando valientemente (rollo anfibio) el afluente desbordado
Y después, la mencionada subida final infernal, que, dado lo duro e intenso del resto de la ruta, merecería un capítulo aparte. Aún así, coronamos el puerto, y luego solo quedó volver por una carretera asfaltada hasta el coche.
Una gozada, dura de cojones, pero que gozada.
Relive:
Banda Sonora de la ruta:
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=sFBMIra45lU]