The Chameleons: Home is where the Heart is

Reportaje sobre la gira estatal de Chameleons
The Chameleons: Home is where the Heart is

The Chameleons: Home is where the Heart is

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La vida da muchos vuelcos, giros y cambios. Un día te encuentras 5 años sin tener relaciones sexuales y al siguiente estás con alguien. Luego, cuando por fin vuelves al ruedo, esa persona conoce a alguien con el que encaja mucho mejor y vuelves a la travesía de la deshidratación emocional. Pretender que todo siga igual cuando la vida te sonríe es una entelequia. Y seguir un sueño y darlo todo para que se cumpla, una pérdida de tiempo. Lo mejor es coger las oportunidades, aprovecharlas al máximo y cuando no den más de sí estar dispuesto a abrazar el siguiente encontronazo. El sexo, el tener un grupo, escribir sobre música. Todo es igual, cuando aparece en tu radar, NO DIGAS QUE NO. Y menos a The Chameleons
Con una mentalidad más ingenua, yo hice periodismo y más tarde un máster y un postgrado porque quería hablar de música. Quería comunicar lo que siento cada vez que una canción me pega directo en el plexo solar y me deja desmontado emocionalmente para luego reconstruirme otra vez. Mi ingenuidad no tiene límites porque no (quise) ver más allá. Ignoré ese agujero negro que iba a ser internet, ese horror bíblico que iba a devorar la figura del prescriptor y cederle la voz a cualquier gañán con un teclado y mucho tiempo que perder.


El periodismo estaba muriendo ya antes de que yo estudiara esa absurda carrera, y para cuando me quise dar cuenta, ya era tarde. A pesar de ello, llevo 20 años haciendo programas en Irola Irratia, decana de las radios libres, Todo porque un día me dijeron que me apuntara a una radio libre. Y dije que sí. Mi vida sería totalmente distinta si hubiera ignorado la llamada de las ondas.
Dos décadas y casi 500 podcasts/programas después, y aún así siento que hay mucho que decir (todo esto es amor al arte en estado puro). Escribir es algo parecido pero tiene un elemento novelístico y descriptivo que la radio no posee. Solo por el placer de que las experiencias vitales de mi vida con este elemento troncal de mi existencia salgan de mi cerebro, se mezclen con mis emociones y se conviertan en un ser vivo, el reportaje musical, sigo escribiendo sobre música (pero sin un público concreto) interrumpidamente desde 1997.
Escribo todo esto, porque me encuentro en un tren camino a Barcelona para seguir a una de mis bandas favoritas de rock, los postpunkeros melódicos The Chameleons que, tras reunir al 50% de la formación original van a publicar un nuevo disco (Artic Moon), el primero en más de 20 años. Con esa excusa han decidido seguir de manera un poco accidentada la gira. Una en la que conseguir poder entrar a un concierto como periodista ha sido casi imposible. Pero gracias a amigos y promotores desinteresados he podido acreditarme para dos conciertos (Barcelona y Madrid) y de mi bolsillo ha salido la entrada para verles en Tarragona.


Y así me encuentro en el tren escuchando otra banda inmortal como es The Brian Jonestown Massacre y leyendo la biografía de sus primeros 10 años de mano de Joel Gion, pararrayos, espíritu animal y percusionista eterno de la banda que me recuerda a que hace 2 años les seguí en su gira peninsular y disfruté como un niño mientras me deshacía entre químicos y encuentros con amigos que habitan las distintas ciudades que visitaba. Resumen del Tour español de The Brian Jonestown Masssacre a que me he visto en la necesidad de repetirla con los ingleses. Desde siempre han tenido un grupo muy nutrido de fans en la península y es así que he tenido la oportunidad de verles en directo tres veces en el pasado. Un placer aural, con esas guitarras entrelazadas, esos sintes cósmicos e infinitos que envuelven la voz y el ritmo propulsivo de su líder Mark Burgess con esas letras que hablan de temas inabarcables en su importancia desde una perspectiva tan humana que duele. Esta es la historia.

Train Movie o como seguir a The Chameleons

“No tenemos futuro, no tenemos pasado, somos fantasmas errantes de cristal Azucar moreno, hielo en nuestras venas, no presión, no dolor” las primeras frases que registré tras un accidentado viaje de Blahblahcar a la sala Zero de Tarragona. Un sitio compacto, pequeño pero bien llevado, con un sonido perfecto para la experiencia en directo, como suele ocurrir con los garitos de toda la vida de 200 de público menos. Yo atravesando una época de reparación dental continua y escaso de energías, estaba bajo mínimos al empezar la velada. Pero hay que tirar para adelante. Sonaron de menos más The Chameleons en este primer concierto. Bajo y batería potentísimos (que les habría de jugar una mala pasada en Madrid) y guitarras dándole color, belleza, calidez y profundidad a un catálogo que aumenta con temas nuevos como el “Where Are You”.


De cerca y sin filtros liderados por Mark Burgess y Reg Smithies. Pleasure & Pain, Fan & The Bellows. Luz y sombra. Belleza y dolor. Calor y frío. Pop y oscuridad. El continuo contraste. “Cada segundo que te aferras a la vida te tienes que sentir vivo”. En este concierto más que en ningún otro, suenan las notas abrazando y dándote ternura mientras te atraviesan el corazón con una pena imperecedera. Todo esto es reflejado con la actitud de la banda. La de alguien que ha aceptado completamente la finitud del universo que nos rodea. Que ve lo exquisito y noble de las pequeñas cosas (como en Intrigue in Tangiers y esa conversación con el viejo pescador mientras fuman canutos, “funny cigarrettes” decía el marinero) como si los grandes temas universales se redujeran a pequeñas anécdotas que contienen universos.

No tienen canción mala, y aunque quizá se echa de menos que le den una oportunidad a los temas menos conocidos, asistir a este continuo grandes éxitos con un grupo que suena con más energía y resolución que bandas con tres veces menos tiempo en este planeta es un puto privilegio. Podría usar una palabra más poética, pero con 48 años en este planeta es una auténtica maravilla poder sentir ese abrazo inmortal que es un concierto en directo como los The Chameleons, sin artificios de gente que no tiene nada que demostrar a estas alturas de la película.

No merece la pena destacar momentos concretos (aunque los medleys de Soul in Isolation empiezan a ser leyenda).Pero cuando Burgess le cede el bajo al taciturno pero entregado teclista (Danny Ashberry de exCrippled Black Phonenix entre otros) y se entrega al público en un encore final de celebración de amor a la música es un momento no impostado que cierra con un diálogo con el público absolutamente magistral. Como si hubiera corrido una marathon (física y mental) apenas tiene energía para dar las gracias en el puesto de merch a los fans que se acercan a felicitarle. Esa mirada de las 1000 yardas que sufre la vida y nos entrega este regalo en cada concierto. Es un honor haber conocido a un grupo que disfruta simplemente del hecho de tocar en directo pero tiene la estatura de una leyenda.

De tarragona a Barcelona

Lo que me ha quedado claro en este viaje es esos vídeos de la TVG de los 80 con entrevistas a The Chameleons no eran un espejismo. Antes de que los 90 borraran del mapa cualquier atisbo de criterio musical en el estado y nos hicieran olvidar que esta música gustaba y mucho por estos lares, la pasión por la gente que viene a verles muestra una memoria colectiva que se resiste a ser borrada. Ojalá Adrian Borland de The Sound hubiera aguantado unos años más para ver reivindicado su genio.

Y Es así que estamos en la Razzmatazz 2 para ver por segunda vez a Mark & Co. Iba a tener lugar en una sala más pequeña pero el destino quiso que se cambiara a última hora en otro de esos caprichos de mánager desorientado a un garito mas grande que por supuesto no llenaron (aunque estaba bien de gente). En general el sonido fue bueno pero el hecho de estar medio vacío y de sonar la sala peor por su mayor tamaño hizo que en general fuera todo más disperso y desnaturalizado. Como diría Mark, “I wasn’t worried at all”.

Yo, por mi parte, seguía en ese mundo onírico de la sobriedad fingida a causa de los antibióticos: una puntilla de anfeta, dos cervezas, un vapeo de marihuana y un chupito me llevaron a un morón nivel amateur que se disolvió en el abrazo que es siempre un concierto de esta banda. No cambió nada el resultado. La compañía de mi amiga y coconspiradora Ari y la presencia de una chica que exudaba un entusiasmo inabarcable sirvieron de narcótico mucho más efectivo. Escuchado por segunda vez, ese Where Are You del nuevo disco, suena totalmente perfecto entre tanto clásico, aunque el público se notaba un poco descolocado de no reconocerla. Creo que encajaría mucho mejor el otro single que han sacado Saviours are a Dangerous Thing. Desde que sonó Soul In Isolation hasta el final con Don’t Fall, el concierto fue un continuo in crescendo de intensidad, belleza y orgasmos de guitarras entrelazados que envolvió al público en un sentimiento de comunidad que le daba mil vueltas al de un partido de fútbol, subproducto que tanto nos venden como el epítome de la colectividad.

Con esos contoneos laterales que tanto definen el magnetismo de su persona, Mark Burgess habría podido decirnos que saliéramos a las calles a quemar las comisarías y todo el mundo le habría seguido hasta el infierno. En la citada Soul In Isolation canción, que no alargó como suele, encajó como si suele todas esas medleys tan bellas que decoran el altar de la música que le ha influenciado: Buffalo Springfield (For What’s Worth) The Doors (The End) David Bowie (Rebel Rebel), Beatles (Eleanor Rigby). Un panteón al que pertenece por derecho propio aunque la historia se haya empeñado en borrarle de los libros de la canción pop inglesa. No creo que exista mejor banda que genere momentum y que pase de calma a tormenta con tanto esplendor y gracia. Cada breakdown es un auténtico orgasmo aural. Te deja tan fundido que cuesta volver a entrar en el concierto. Emocionalmente agotado pero de la mejor manera posible. Tienen esa habilidad de levantarte hasta el cosmos infinito cuando parece que está todo perdido. Una y otra vez.
Las canciones del set de hoy son casi las mismas que en Tarragona pero en orden distinto lo que le da a la experiencia un aura de renovación. El sonido caótico encaja mejor con los temas más primitivos como se demuestra en la rendición de In shreds.

Como no podía ser de otra manera, una canción que suena especialmente magnética con un público especialmente entregado es el clásico 🐒 land. Esa llamada desesperada a la conexión humana que conecta con un hilo invisible con Second Skin, Cuando, ya librado del peso del bajo (que cede, como ayer, al teclista Danny Ashberry) empieza a lanzar los brazos gritando “someone’s banging on my door let them all in”. No se olvida de dar las gracias al público que mantiene la música en directo viva. Hay un aura de fatalidad en los conciertos de The Chameleons, como si estuvieras viendo algo que quizá tenga un final cercano que provoca que disfrutes como si este fuera el último día en la tierra. Conseguir, eso. Que fantasía»

Cuando el circo deja la ciudad

Último bolo y sensación agridulce. Esto se acaba. Habrá que esperar tiempo para ver a The Chameleons otra vez. Ha sido un viaje mágico acompañado en todo momentos por todas esas personas que me quieren lo suficiente para acogerme en sus hogares, darme de comer, ponerme en contacto con los promotores y hacer de esta train movie in absoluto éxito (Gerardo, Antonio, Isaac, Katrin…)

Los amigos son la disculpa de dios por la familia

Comienzan The Chameleons como siempre dubitativos…la batería muy alta y las guitarras inaudibles. Un eco negativo del concierto de Tarragona porque el pelotazo rítmico no enterró esa magia textural que definen a esta banda. Si hay algo que he descubierto sobre todo en esta última entrega es que hay canciones que consideraba menores como Fan & The Bellows, Tears también con ese desarrollo tan delicado y somnoliento y Looking Inwardly, tan rodeada de obras maestras que a veces uno se olvida de su existencia. Tears en concreto es como un transporte hacia el reino de los sueños. A ese país onírico en el que la gente canta las letras de redención de los pecados de todos. A medida que avanza el sonido sigue siendo irregular pero es igual. Ya no importa. Mark suena agotado pero se entrega y todos incluido el discreto Reg Smithies le siguen. La batería está tan alta que por momentos parece que estás debajo del agua y oyes ecos de un concierto que se está desintegrando.

Como si el circo se estuviera yendo de la ciudad en una última función y solo se oyera la percusión. Similar a cuando tienes unas conversación preciosa y única con alguien y empieza a llegar gente y ya no puedes escuchar a tu interlocutor y la charla se diluye decorada por el ruido de mil conversaciones inanes. Insisto, no se trata de eso pienso mientras el final de lamento de guitarra en Look inwardly produce un estremecimiento en mi alma que da miedo reconocer. Y es que es innegable. Nadie más en el mundo puede crear un estribillo como el de Second Skin y no sonar y no sonar abrasadoramente cursi. Esa cohesión que ha dado terminar los tres conciertos con una rendición siempre espectacular de Don’t Fall ha dado a toda la experiencia de una cohesión maravillosa. Qué difícil es estar en un bolo sobrio a estas alturas de la vida. A pesar de ello, se me han hecho cortísimos los tres. Los 6 días que he estado viajando y esperando el siguiente concierto también. Siempre ha habido alguien esperándome antes o después.