Me encuentro ya en casa medio recuperado de la aventura de mi vida en cuanto a mi relación con la banda norteamericana The Brian Jonestown Massacre. Tres fechas han hecho en la península y las tres me las he comido con patatas. En mayo de este año decidí que, como están las cosas, lo mismo no les vuelvo a ver nunca y, sinceramente, es para mi una de las bandas más importantes de mis últimos 20 años.
Apoyado por una red de amigos irrepetibles que me acogieron tanto en Barcelona y Madrid y rodeado de amigos y colegas del mundillo que hicieron de la tercera fecha en Bilbao algo totalmente memorable, la experiencia ha sido un desgaste físico, económico y mental considerable, pero no lo cambiaría por nada del mundo. Ver a Anton y compañía, aunque siempre bizantino e imprevisible, es algo que no existe ya en el rock, y que, visto el panorama actual, será cada vez más algo como ver un documental del Imperio Romano, un acto de arqueología mental.
Preparación logística y mental
Tras cumplir con todas las necesidades logísticas de transporte (que si uno hace con tiempo, resulta ser más económico de lo que se podría pensar) y de las entradas, me dispuse a dejar los meses pasar y seguir con mis quehaceres para no obsesionarme con todas las posibilidades que había de que al final no sucediera.
En los días los días previos al viaje astral, me aseguré de mis amigos (mención expecial a Marc, Raúl y e Isaac en Barcelona y Txemi y Luismi en Madrid) supieran de mi llegada y desconecté en parte de mi triste realidad de parado sin prospectos de futuro y vida sentimental inexistente.
Llegado a Barcelona, visité a mis amigos, viví la vida de la ciudad Condal y sus alrededores y me dispuse químíca y anímicamente a enfrentarme al primero de los 3 conciertos. Se celebró en la sala Apolo con un público bastante nutrido, aunque había espacio para disfrutar y moverse. Raúl y sus colegas me hicieron de cobertura emocional ante el aluvión de temazos que surgieron por los amplificadores de la banda. Ya en este concierto se vio que la banda estaba un poco a medio gas y que se sucedían muchos mini-parones entre canción y canción. En principio aduje el motivo de estos (que en ningún momento me molestó especialmente) a lo complicado de encajar el sonido de hasta 7 guitarras en el escenario y el intercambio de instrumentos que algunos de los miembros cumplían religiosamente como parte de sus funciones.
Hay que mencionar que el hecho de que muchas de las canciones del repertorio no han sido todavía publicadas, por lo que los miembros de la banda que viven fuera del epicentro de su líder en Berlín no han podido practicarlas lo suficiente y que venían todos de pasar una gastroenteritis severa que provocó que todos los conciertos, especialmente el de Barcelona fueran de menos a más, sorprende que muchos de los fans de la banda se sintieran defraudados, en un acto de falta de empatía antológico. Quizá pensaban que iban a ver los Beatles en Hamburgo cuando lo que tenían delante es un grupo con una idiosincrasia que tienes que aceptar antes de meterte en harina. La fortuna de haber podido ir viendo como mejoraban de fecha en fecha y tener claro el porqué de los pequeños defectos, me hizo poder ignorarlos y disfrutar de cada jodido segundo de las actuaciones.
No es algo que me sea fácil, ya que soy osmóticamente permeable a la actitud negativa de la gente que me rodea, pero por fortuna en la mayoría de mi experiencia, la gente que estuvo conmigo hizo que la experiencia en todos los eventos fuera genial. El caso del de Bilbao fue especialmente positivo con mi hermana (que es probablemente la persona más importante a la hora de desarrollar mi gusto por el rock desde mi más tierna infancia) y amigos (Shaila y Kepa) que demostraron ser la perfecta compañía (sin desmerecer a Raúl en Barcelona y el dueto de Txemi y Luismi) a tu lado por su actitud positiva en momentos en los que los prejuicios y el malrollismo te pueden joder la vida.
Los conciertos
Compuesta la banda actual por los veteranos Joel Gion y Ricky Maimi rodeando el über-leader Anton Newcombe y el regreso de Colin Hegna al bajo (sustituyendo temporalmente a Hallberg Daði Hallbergsson) tenemos a Hákon Aðalsteinsson (a las guitarras desde 2018 y miembro de los islandeses Singapore Sling) Ryan Van Kriedt (Dead Skeletons/Ex-Asteroid #4 ) y Uri Rennert (a la batería, el miembro más joven). Todos ellos se pasaron el concierto paseándose por el escenario mientras cambiaban instrumentos, afinaciones entre canción y canción, mientras el trío de la formación original se mantenían en una posición más definida, dejando claro el estatus de cada uno respecto a los demás.
El repertorio, que se repetiría en los conciertos posteriores más o menos en su totalidad, se compuso de temas de su (en breves) anteúltimo álbum de estudio “Fire Doesn’t Grow On Trees” coloreado con algunos de su más recientes álbumes como «We Never Had A Chance» de su homónimo de 2019. Hay que recalcar la presencia bastante extensiva de canciones todavía no publicadas como «Your Mind Is My Cafe» y el futuro hit «Abandon Ship» o singles oscuros de los que no tenía noticia como «Forgotten Graves». Por supuesto, aunque quizás de una manera más escueta que en el pasado, hicieron guiños a sus hits en la forma de «Anemone», «Pish» o «Nevertheless».
No compensa hablar del resto de actuaciones, en especial porque la dinámica y las canciones fueron parecidas. Si, que en orden de mejor a peor, el más alucinante fue el de Bilbao porque la gente (la que disfrutó, que fue mucha) se volvió completamente loca y fue un subidón total, de principio a fin. Con una final apoteósico que se repitió de mejor o peor manera en todas las situaciones. Lo que si compensa decir es como percibí a nivel personal y sin influencia del exterior. Después el de Barcelona y por último, el de Madrid.
Visión cósmica de un viaje único
Lo he mencionado antes, pero más o menos la sensación global (y la palabra globo es importante en este contexto). Me sentía como si me colara en un ensayo de los Rolling Stones en 1967 en el momento álgido de su era psicodélica liderados por el desaparecido Brian Jones. Me sentía como si cada nota que escuchaba fuera el sonido que tuviera que sonar en cada momento, a la vez que era imposible saber cuál iba a ser a continuación. Daba igual que fueran canciones que nunca hubiera escuchado o temas con los que estaba totalmente familiarizado, la sensación de que las melodías y guitarras se enroscaban a mi ser como una serpiente a punto de ahorcarme de placer aural era tan intensa que a veces parecía que iba a implosionar.
No sobraba nada ni faltaba nada. Los comentarios casi inaudibles de Anton sobre el Reggaeton presente en toda la cartelería de los garitos, sus discusiones con el público con intercambios de insultos que cualquiera que haya visto el documental de Dig, verá como una versión Downtempo de la acidez del músico, sonaban como rumores de una habitación contigua que servían de puente entre canción y canción (además de momentos perfectos para vaciar la vejiga o llenarla con más cerveza). Una vez que conseguí armarme psicológicamente de una actitud inasequible a los moñas que me encontraba por el camino, la experiencia fue un viaje que jamás olvidaré.
Para cerrar esta especie de cuaderno de viajes, lo que más impregnado quedará en mi memoria, además de los momentos compartidos con amigos alrededor de esta banda, es el final de los tres conciertos, especialmente en Bilbao. Atrincherados como estábamos (gracias a la combinación fraternal de mi hermana y un servidor) en un lateral con barra del Kafe Antzokia, fuimos bebiendo, comentando la jugada, haciendo escapadas el baño y poco a poco entrando en una especie de viaje astral emocional y musical. Las dos últimas canciones, en las que hasta los pipas de la banda salieron armados con sendas guitarras, fueron un absoluto cañonazo en el pecho. Una constante adición de sonidos en los que las distintas melodías de los instrumentos se convertían en una bola de orgasmo sonoro que desembocó en la clausura de algo que sinceramente me costará mucho tiempo volver a sentir.